viernes, 30 de diciembre de 2011

Nuestras tardes de febrero

Cuando yo vivía en Surquillo (cerca del óvalo Higuereta), Eduard iba a verme por las tardes. Yo lo esperaba nerviosa pero trataba de disimular, aunque creo que igual se daba cuenta. Era fácil notarlo.  

Para vernos, siempre hablábamos en las mañanas por el chat del Facebook y por las tardes - a las 3 ó 4 - nos veíamos.

Pocas veces salimos a dar vueltas por Plaza Vea del óvalo Higuereta. La mayoría de veces nos quedábamos en mi cuarto. Hacía mucho calor como para salir a caminar.

Recuerdo que un día estábamos en mi cuarto sentados en mi cama y Eduard estuvo jugando con sus lentes de sol. Yo siempre le pedí que se los ponga pero nunca me hizo caso. Ese día, de tanto jugar, se le escapó y me cayó en la cara. Ambos nos reímos pero en realidad a mí no me dio risa porque él sabía que podía caerme y, sin embargo, siguió haciéndolo, pero no le dije nada y evité molestarme.

Siempre estábamos los 2 solos, como era un departamento chiquito no había tele en la sala, por eso entrabamos a mi cuarto a ver películas. Los primeros días que empezamos nuestra relación, apenas  nos dábamos besos chiquititos y cortitos y tímidamente nos acariciábamos.  Me acuerdo que me sentía diferente, no sé, era raro volver a tener enamorado después de mucho tiempo, pero más raro me parecía estar con alguien  dentro del cuarto echados en la cama.

Nunca pensé en aprovecharme de las tardes que teníamos solos en mi cuarto, no pasó por mi cabeza siquiera hacer algo más que ver películas, aunque debo admitir que me gustaba  ponerme cerquita a Eduard y dejar que me agarre el cabello. Me relajaba mucho.

Eduard siempre se echaba a mi lado, yo ponía mi cabeza sobre su hombro y lo abrazaba. Cuando me cogía el cabello y me hacia sus famosas “trenzas” me relajaba mucho y me daba harto sueño. Nunca terminamos de ver una sola película. Todas las veces que lo intentamos, fallamos. Nuestros besos nos  traicionaban y solo nos dejábamos llevar por el momento. La película seguía pero nosotros no la veíamos.

Hubieron días en que las cosas iban más allá de besitos chiquitos y abrazos, y sabíamos que era muy pronto para andar echados uno encima del otro pero igual seguíamos, dentro de todo creo que tratábamos de controlarnos. Sabíamos que no estaba bien pero igual nos dejábamos llevar. 

Por las noches, cuando mi papá llegaba del trabajo, nos encontraba en mi cuarto tranquilitos “viendo películas”. Entonces él  se metía a su cuarto y nos dejaba solos.
Yo nunca le dije a nada a Eduard pero me imaginaba que también se le hacía raro e incómodo estar dentro del cuarto conmigo, con mi papá a un lado, en su cuarto.

Después, cuando “acababa la película”, salíamos al patio y nos quedábamos parados en el balcón abrazados y dándonos más besitos. Solíamos ver el cielo y hablábamos de cualquier cosa. Yo siempre lo miraba atenta, como perdiéndome en cada palabra que me decía.

En el  patio hacíamos lo que queríamos, no nos importaba si alguien nos descubriese, aunque cuando eso pasaba, nos separábamos bruscamente.

Solíamos echarnos en el piso (así lleno de polvo o tierra), hasta nos “escondíamos”  más allá de las escalera para que nadie nos viera.

Cuando ya se hacía tarde y Eduard tenía que irse, nuestras despedidas se hacían largas. Bajábamos hasta el primer piso para despedirnos pero no podíamos, así que nos quedábamos hablando un ratito más en las escaleras; luego, ya como a las 10 de la noche, se iba. Me acuerdo, incluso,  que fuera de la casa alargábamos nuestra despedida inventando algún tema de conversación para quedarnos más tiempo juntos.

Eduard antes de irse me daba el beso de despedida. Ese último beso solía ser el más largo e intenso de todos.  Después nos decíamos algo bonito y nos despedíamos.

1 comentario:

  1. oww :') muy lindo!

    "Solíamos echarnos en el piso (así lleno de polvo o tierra), hasta nos “escondíamos” más allá de las escalera para que nadie nos viera."

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